Cuando te aferras a una ofensa, nunca dejas que sane. Es como una herida que no se va. Si alguna vez has tenido un dolor en tu hombro y alguien choca contigo, sabes que te duele y tratas de cuidarte que no vuelva a pasar, te vuelves muy protector y te aseguras de que nadie se te acerque. Del mismo modo, cuando hemos sido heridos emocionalmente, tendemos a ser demasiados sensibles. Si no permites que tu herida sane, el menor golpe te hará estas a la defensiva. No puedes desarrollar relaciones sanas mientras tus heridas emocionales sigan sin sanar.
Conozco a mujeres que no confían en ningún hombre o al contrario, porque les hicieron daño. El problema es que siguen estando heridas. Están a la defensiva y son desconfiadas, y creen que todas las personas son iguales al que la hirió.
La Palabra de Dios dice que Jesús fué enviado a proclamar libertad a los cautivos, a poner libertad a los oprimidos (Lucas 4,18). Esto indica que cuando somos heridos, no somos libres. A todos nos suceden cosas injustas. Si quieres ver que esa herida se va, y caminas en la libertad que Dios tiene para tí, tienes que perdonar las ofensas. Tienes que soltar lo que alguien te hizo y seguir adelante con tu vida. No hay nada que le guste mas al enemigo, que las ofensas que te han hecho arruinen tu vida.
Ponte firme y dí: Mi destino es demasiado grande y estupendo, mi futuro es demasiado brillante y mi Dios demasiado grande para permitir que una herida me haga estas amargado, triste y me mantenga atascado donde estoy. Avanzaré, seguiré adelante hacia el futuro que Dios tiene preparado para mí.
Mi recuperación comienza cuando suelto a esa persona, y entrego esa situación a Dios, para que El comience por medio de su Santo Espíritu a sanar mi corazón.
Recuerda que El te dice "Yo soy el que sano todas tus heridas, el que saca del hoyo tu vida, el que te corona de favores y misericordia" igualmente hoy te dice: Nunca te dejaré ni te desampararé.
El sana a los quebrantados de corazón y venda sus heridas (Salmo 147:3)
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